En este post dedicado a nuestra visita a Dublín, queremos hacer una reflexión personal surgida de nuestra asistencia a los entrenos matinales del Hombu Dojo Dublín, dirigidos por Sensei Scott Langley(6º Dan, director técnico de HDKI) y su sentido dentro de la práctica en el Dojo.
Tres días por semana se realiza una hora de entrenamiento, la primera clase del día, dirigida a los instructores del Dojo y a alumnos de nivel que busquen un trabajo más intenso, físico y exigente dado que el trabajo técnico es relativamente sencillo, pero la exigencia es muy alta.
El primero de ellos se dedica a entrenar con el sistema Tábata, con series de alta intensidad con diferente contenido técnico. El segundo día se trabaja con pesos. Las series son similares a las del primer día, variando un poco el contenido y cambiando la intensidad del sistema Tábata por el esfuerzo con el peso. El tercer día se dedica al trabajo con gomas, basándose también en ejercicios técnicos para trabajar la velocidad y la explosividad.
Entrenamiento matutino (trabajo con gomas)
Además del evidente beneficio de estas sesiones, muy exigentes en cuanto a preparación física, ¿qué otro sentido tiene esta preparación tan contundente dirigida principalmente a los instructores? Se nos ocurren muchas, quizás las más importantes sean mantener un estado físico y mental muy alto, imprescindible para aquellos que lideran y guían el esfuerzo de los alumnos, y que son de una manera o de otra el ejemplo a seguir.
Pero hay otro aspecto que queremos destacar. Las clases matinales en el Hombu Dojo nos recordaron algo que en mayor o menor medida todos sabemos, y aunque no lo veamos, se percibe en los instructores. No hace falta que todo el mundo se entere de lo mucho que un instructor se esfuerza, de si anhela seguir avanzando o está permanentemente buscando sus límites, es algo que cuando sucede, se percibe y se transmite a los alumnos en las clases regulares. Por más que estas sesiones se dirijan a unos pocos, su repercusión es grande y llega desde los alumnos avanzados hasta los cinturones blancos recién llegados. Independientemente del tipo de entreno que se haga, físico, estudio de Kata, Kokyu-ho, meditación, etc; es la actitud lo que deja la huella que los que vienen detrás van a seguir, y también es responsabilidad de cada uno, instructores y practicantes, que el esfuerzo metódico y cotidiano acompañe nuestra evolución y la de los demás.
Alimentar el espíritu en el día a día nos permite compartir el camino de una forma intensa y sutil a lo largo de nuestra evolución como practicantes. La capacidad de esforzarnos es contagiosa y así como podemos embebernos de ella a través de los instructores, nosotros podemos alimentarla a su vez y continuar con la cadena repercutiendo en nuestros compañeros y recibiendo su energía al mismo tiempo.
Fanny Lichtenstein